LOS SENTIDOS Y LAS FACULTADES COGNITIVAS SUPERIORES. Rudolf Steiner
De: La ciencia espiritual a modo del conocimiento de los impulsos básicos de la configuración social. 3ra conferencia, Dornach, 8.8.1920 “Los doce sentidos del hombre, en su relación con la imaginación, la inspiración y la intuición”
…Desde cualquier lugar podemos comenzar con la enumeración y la caracterización de los sentidos. Comencemos por ejemplo con la contemplación del sentido de la vista. En principio, comenzaremos de un modo formal, tal como cada uno de nosotros lo puede constatar. El sentido visual nos transmite la superficie de la corporeidad externa, que se muestra colorida, clara, oscura, etc. Podríamos describir esa superficie de múltiple manera, para obtener así, aquello que el sentido de la visión transmite. Al penetrar a través de la contemplación sensoria un poco hacia el interior de la corporeidad externa, a través de nuestra organización sensoria llegamos hacia aquello que no yace en la superficie, sino que cobra continuidad más bien yendo al interior del cuerpo, esto tiene que acontecer a través del sentido calórico. A través del sentido del gusto a su vez, percibimos cualidades más próximas a nosotros, sujetas a nosotros, inclinadas hacia nosotros desde la superficie de la corporeidad. En cierto modo se ubica del otro lado del sentido de la vista. Al contemplar colores, claro y oscuro, y al tomar en cuenta al gusto nos podemos decir: aquello que se nos expresa en la superficie de la corporeidad es algo transmitido a través del efecto reciproco con nuestro propio organismo, lo que por cierto en la sensación se desprende de la superficie, yendo en dirección a nosotros, eso, es el sentido del gusto.
Imaginemos ahora, que sigamos avanzando más aun, hacia el interior de nuestra corporeidad, hacia allí, donde el sentido del calor no puede llegar, tomando en cuenta no tan solo que compenetra la corporeidad desde afuera, compenetrando de hecho en el interior, tal como lo hace el calor, sino aquello que es cualidad interior de los cuerpos, mediante su entidad. Por ejemplo: estamos escuchando al sonido que se produce al golpear una placa metálica, entonces percibimos algo de la subtancialidad de esta placa metálica, vale decir, del ser interior de lo metálico.
Mientras que, al percibir al calor, a través del sentido del calor tan solo percibimos aquello que de determinada manera a modo de calor general, compenetra al cuerpo, que empero entonces se encuentra en el interior, por el sentido auditivo tomamos en cuenta aquello que ya está relacionado con el ser interior de los cuerpos. Al ir luego hacia el lado opuesto, obtenemos algo que el cuerpo ejerce sobre nosotros a modo de efecto que posee un carácter de interioridad mucho mayor que aquello que se percibe a través del sentido del gusto. Materialmente, el oler es mucho más intrínseco que el gustar. El gustar por cierto acontece por el hecho de que los cuerpos tan solo son tocan y luego nuestras eliminaciones de manera superficial se reúnen con nuestro interior. El oler ya es un cambio significativo en nuestro interior y la membrana pituitaria es algo – materialmente dicho – organizado con interioridad mucho mayor que las herramientas del gusto.
Al penetrar aun más hacia el interior de lo corpóreo externo, donde ya se torna más anímico, entonces estamos penetrando a la esencia de lo metálico a través del sentido de la audición, obteniendo así, por cierto, al alma de lo metálico, pero penetramos a una profundidad aun mayor, sobre todo en lo externo, cuando no percibimos mediante el sentido auditivo, sino a través del sentido de la palabra, el sentido lingüístico. Se trata de un error absoluto, creer que mediante el sentido auditivo, se encuentra agotado asimismo también aquello que contiene en si el sentido de la palabra: que podríamos escuchar, sin percibir el contenido de las palabras de manera tal que las podamos entender. También existe una diferencia con referencia a la membración orgánica, entre el mero escuchar el tono y la percepción de la palabra. El escuchar al está transmitido por el oído, la percepción de la palabra está siendo transmitida por otros órganos, que al igual son de naturaleza física, como aquellos, que transmiten al sentido auditivo.
Y también penetramos a profundidad mayor en el ser de algo externo, cuando lo comprendemos a través del sentido de la palabra, a diferencia de cuando escuchamos su ser interior tan solo a modo tonal.
Situado aun más al interior, ya apartado de las cosas, en medida aun mucho mayor como sucede en el caso del sentido del olfato, se halla la transmisión aquella, que podemos denominar la transmisión mediante el sentido del tacto. Al tocar objetos, en realidad nos percibimos a nosotros mismos. Palpamos un objeto, en cierto modo, el objeto ejerce una fuerte presión sobre nosotros por ser duro, o la presión es suave, por ser blando. Nosotros empero nada percibimos del objeto mismo, sino tan solo percibimos aquello que se promueve en nosotros mismos: el cambio en nosotros mismos. Un objeto duro empujará lejos a sus órganos. Este empuje, como un cambio en el propio organismo, lo percibimos a través del sentido del tacto. Vemos entonces que cuando nos movemos hacia allá adentro con el interior de los sentidos, salimos de nosotros mismos. En principio, poco salimos de nosotros mismos, cuando se trata del sentido el gusto, algo más salimos, tratándose de la superficie de los cuerpos, en el caso del sentido de la vista. Penetramos al cuerpo ya mediante el sentido del calor, aun más penetramos al ser, mediante el sentido auditivo, y ya plenamente vertido en el interior del ser estamos, a través del sentido de la palabra. Penetramos en cambio en nuestro interior, en el sentido del gusto ya está en existencia algo de esto, más aun, en el sentido del olfato, y más todavía, en el sentido del tacto.
Luego empero, cuando penetramos aun más hacia nuestro interior, nos encontramos con un sentido que habitualmente ya no se menciona, al menos, no se menciona a menudo, un sentido mediante el cual diferenciamos si estamos parados o acostados, mediante el cual también percibimos, como al estar parados sobre nuestras dos piernas, nos mantenemos en equilibrio. Este sentirse en equilibrio se transmite a través del sentido del equilibrio. Es decir, que allí ya estamos penetrando plenamente en nuestro interior; percibimos la relación de nuestro interior hacia el mundo exterior, dentro del cual nos sentimos en equilibrio. Esto empero, lo percibimos muy en la profundidad de nuestro ser.
Al penetrar en medida aun mayor en el mundo exterior, más aun, como lo logramos mediante el sentido de la palabra entonces, acontece a través del sentido el pensamiento.
Y para poder percibir los pensamientos del otro ser, a su vez necesitamos otro órgano sensorio, en lugar de tan solo el sentido de la palabra en cambio cuando aun más penetramos a nuestro interior, tenemos un sentido, que interiormente nos transmite, si nos encontramos en calma o en movimiento. No tan solo por el hecho que los objetos externos pasan frente a nosotros, percibimos si nos hallamos en calma o en movimiento, podemos percibir interiormente, a partir del alargue o del acortamiento de los músculos, en la configuración de nuestro cuerpo, en la medida en al cual la misma se modifica, en qué medida nos hallamos en movimiento, etc. Esto acontece mediante el sentimiento del movimiento.
Al hallarnos frente a personas, no tan solo percibimos sus pensamientos, sino que percibimos al yo mismo. Y tampoco el yo puede ser percibido, cuando tan solo percibimos los pensamientos. Justamente por el mismo motivo del cual estamos por separado al sentido auditivo del sentido visual, al referirnos a las membraciones más finas de la organización humana, también tenemos que estar un sentido para la percepción del yo. Al penetrar en el yo de otra persona mediante la percepción, salimos de nosotros mismos en mayor medida.
¿Cuándo entramos en mayor medida en nosotros mismos? Y bien, cuando en el sentimiento vital general percibimos aquello, que al estar despiertos siempre tenemos como conciencia nuestra, que existimos, que nos sentimos en el interior, que somos nosotros mismos. Esto se transmite a través del sentido de la vida.
Con ello, les he referido los doce sentidos, que conforman al sistema completo de los órganos sensorios. De ello se desprende, que una determinada cantidad de nuestros sentidos está orientada hacia afuera, está orientada a penetrar en mayor medida al mundo externo. Cuando al conjunto lo contemplamos a modo de envergadura de nuestro mundo sensorio, podemos decir: el sentido del yo, el sentido del pensar, el sentido de la palabra, el sentido de la audición, el sentido del calor, el sentido de la visión, el sentido del gusto, esos son sentidos orientados hacia afuera en mayor medida. En cambio en el caso en el cual en cambio en mayor medida nos percibimos a nosotros a partir de las cosas, donde percibimos los efectos de las cosas dentro de nosotros, allí tenemos a los otros sentidos: el sentido de la vida, el sentido del movimiento, el sentido del equilibrio, el sentido del tacto, el sentido del olfato. En mayor medida, conforman la región interior del hombre; se trata de sentidos, que se abren hacia el interior y mediante la percepción de lo interior, nos transmiten nuestra relación hacia el cosmos. De modo tal cuando poseemos al sistema completo de los sentidos, podemos decir: tenemos siete sentidos orientados en medida mayor hacia afuera. El séptimo sentido ya es dudoso: el sentido del gusto ya se ubica en el límite de aquello que ataña a los cuerpos externos y aquello que sobre nosotros ejercen los cuerpos externos a modo de efecto. Los otros cinco sentidos, son sentidos tales, que no evidencian procesos interiores, que tienen lugar dentro de nosotros, que empero son efectos del mundo exterior sobre nosotros.
Aquello empero, que hoy quisiera adicionar a la membración sensoria, conocida a la mayoría de ustedes es lo siguiente.
Como es sabido, cuando el hombre desde el conocimiento sensorio común asciende hacia un conocimiento superior, esto lo logra, saliendo de su cuerpo físico, con su ente espiritual-anímico. Aparecen entonces, los modos superiores del conocimiento: imaginación, inspiración, intuición. Justamente, cuando nos hallamos frente a esta membración de los sentidos, podemos llegar a una caracterización de aquello que es la contemplación de los mundos superiores.
Salimos de nosotros mismos. ¿Qué límite estamos transponiendo en ese caso? Al permanecer dentro de nosotros, los sentidos son nuestros límites, al salir de nosotros mismos, lo hacemos a través de los sentidos. Es entendible, que cuando nuestro ser espiritual-anímico abandona la envoltura corpórea, lo hace a través de los sentidos. Salimos por lo tanto, a través de los sentidos externos, a través del sentido del gusto, el sentido de la visión, el sentido del calor, el sentido de la audición, el sentido de la palabra, el sentido del pensamiento y el sentido del yo. Veremos luego, hacia donde llegamos al pasar por el otro límite en el cual los sentidos se abren hacia el interior, se abren paso en esa dirección.
Por lo tanto, mediante los sentidos nos abrimos paso hacia afuera, al abandonar con nuestro ente espiritual-anímico, en cierto modo abandonamos al límite de nuestro cuerpo. Pasamos por ejemplo por el sentido de la visión: vale decir, vamos hacia afuera con nuestro ente espiritual-anímico, dejando atrás las herramientas de nuestra visión. Moviéndonos en el mundo, contemplando con nuestro ojo anímico, pero dejando atrás los ojos físicos, cuando justamente a través del ojo dejamos atrás nuestra corporeidad, entramos en la región aquella, en la cual impera la imaginación.
Y cuando realmente estamos en condiciones de salir al mundo espiritual a través de la iniciación, justamente a través del ojo, entonces obtenemos puras, imaginaciones que diríamos, son imágenes puras, imaginaciones que son imágenes de manera tal como el arcoíris es una imagen, imagines puras de imaginaciones, viviendo y tejiendo en lo anímico-espiritual. Aun marcado con los últimos restos de la existencia material, aparecen las imágenes, cuando salimos hacia afuera a través del órgano del gusto. De modo tal que podemos decir: vamos hacia afuera a través del órgano del gusto, las imaginaciones están teñidas, moteadas con materialidad. No obtenemos imágenes puras, vaporosas como en el caso del arco-iris, sino que obtenemos algo con un tinte, que en cierto modo en la imagen tiene un último resto de lo material: obtenemos fantasmas, auténticos fantasmas, cuando abandonamos al cuerpo físico por el órgano del gusto. Al abandonar al cuerpo físico a través del sentido calórico, las imágenes también se obtienen afectadas. Las imágenes que de otro modo son límpidas, diríamos, como el arcoíris, entonces aparecen de manera tal, que de modo anímico nos afectan, a causa de ese hecho. En el sentido del gusto, la imagen en cierta medida se densifica en dirección a lo fantasmal. Cuando empero salimos a lo externo a través del sentido calórico, de hecho también obtenemos imaginaciones, pero imaginaciones que actúan anímicamente, que actúan de manera simpática o antipática, que en lo anímico son cálidas o frías. Vale decir, las imágenes no aparecen impasibles como las otras, sino que aparecen cálidas o frías, pero cálidas o frías en lo anímico.
Al abandonar a nuestro cuerpo a través del oído, a través del sentido auditivo, entonces salimos al mundo espiritual—anímico y vivenciamos la inspiración. Es decir que antes, vivenciamos imaginaciones, teñidas con lo que asfixia de manera anímica; al abandonar a nuestro cuerpo a través del sentido del oído, penetramos a la región de la inspiración. Mientras que de otro modo, estos sentidos en mayor medida se orientan hacia afuera, ahora aquello que desde el sentido calórico pasa al sentido auditivo cuando abandonamos al cuerpo, llegando en mayor medida nuestro interior anímico-espiritual.
Dado que las inspiraciones en medida mayor pertenecen al interior anímico-espiritual que las imaginaciones, nos tocan más de cerca, no tan solo en lo afectivo, sino que nos sentimos compenetrados con inspiraciones, tal como en lo corpóreo nos sentimos compenetrados con el aire que hemos inhalado, nos sentimos compenetrados con las inspiraciones, a cuya región llegamos, cuando abandonamos al cuerpo a través del sentido de la audición.
Al abandonar a nuestro cuerpo a través del sentido de la palabra el sentido lingüístico, se plasman nuevamente las inspiraciones.
Esto es algo, que cobra suma importancia, el hecho de conocer al órgano aquel que es de existencia real en la organización física, como lo es el sentido de la audición, cuando adquirimos un sentido en principio para aquello que es el sentido lingüístico. Cuando a través de este órgano abandonamos al cuerpo físico con lo espiritual anímico, la inspiración se tiñe con vivencia interior, con el sentimiento del sentirse allegado al ser desconocido, ajeno.
Al abandonar a nuestro cuerpo a través del sentido del pensamiento, entramos al ámbito de las intuiciones. Y cuando abandonamos a nuestro cuerpo a través del sentido del yo, entonces, las intuiciones se hallan teñidas con lo esencial del mundo espiritual exterior.
De esta manera vamos penetrando en medida cada vez mayor, en lo esencial del mundo espiritual exterior, tan pronto que con nuestro ente espiritual-anímico abandonamos al cuerpo, y podemos señalar siempre que en realidad aquello que nos rodea es el mundo espiritual. El ser humano empero ha sido desplazado del mundo espiritual. Aquello que se encuentra detrás de los sentidos, recién lo percibe, cuando a través de su ente espiritual-anímico abandona al cuerpo se expresa empero a través de los sentidos: se aparecen las intuiciones a través del sentido del yo y el sentido de los pensamientos, pero tan solo la réplica de ello; las inspiraciones a través del sentido de la palabra y el sentido auditivo, pero asimismo, tan solo las replicas respectivas, las imaginaciones a través del sentido del calor y el sentido de la visión y un poco a través del sentido del gusto, pero rebajando en sintonía, integrado, transformado en lo sensorio. Esquemáticamente, podríamos señalar al asunto de la siguiente manera: en el límite, se encuentra la percepción del mundo sensorio, al abrirnos paso hacia afuera con lo espiritual-anímico, penetramos al mundo espiritual a través de la imaginación, la inspiración, la intuición. Y allá afuera se encuentra lo destinado a inspirar, a intuir, a imaginar. Al penetrar empero a nosotros se convierte en nuestro mundo sensorio. Vemos entonces: los atamos no están allá afuera, tal como en su fantasía lo afirman los materialistas, sino que allá afuera está el mundo de lo imaginativo, lo inspirado, lo intuitivo. Al accionar sobre nosotros el mundo, se generan las réplicas de ello, en las percepciones sensorias externas. De ello se desprende que cuando a través de nuestra piel que envuelve a los órganos sensorios, en cierta medida nos vamos hacia afuera, en las diferentes direcciones en las cuales actúan los sentidos, llegamos al objetivo mundo espiritual-anímico.
Allí penetramos al mundo exterior, mediante los sentidos que hemos reconocido con apertura hacia el exterior.
Vemos así que el hombre, cuando mediante sus sentidos penetra al mundo exterior al trasponer el umbral hacia el mundo exterior que es muy cercano, penetra en el objetivo mundo espiritual-anímico. Y es lo que intentamos lograr mediante la ciencia espiritual: penetrar en este mundo espiritual-anímico. Llegamos a un ente superior, al penetrar a través de nuestros sentidos externos hacia aquello que dentro del mundo sensorio para nosotros está cubierto por un velo.
¿Qué acontece, cuando a través de los sentidos interiores, el sentido de la vida, el sentido del movimiento, el sentido del equilibrio, el sentido del tacto, el sentido del olfato, penetramos a nuestro interior, cuando – al igual como a través de los sentidos externos penetramos hacia el afuera – mediante estos sentidos interiores, penetramos nuestro interior? Allí, el asunto resulta ser diferente. Anotemos una vez más estos sentidos interiores: sentido del olfato, sentido del tacto, sentido del equilibrio, sentido del movimiento, sentido de la vida. Allí no se percibe aquello que en realidad acontece dentro de nosotros. En la vida común no percibimos aquello que acontece en el ámbito de estos sentidos; esto permanece inconsciente.
Aquello que percibimos a través de estos sentidos en la vida común, ha sido irradiado hacia arriba, hacia lo anímico.
Cuando esto es el mundo espiritual exterior de la imaginación, la inspiración, la intuición, la misma irradia sobre nuestros sentidos, y a través de los sentidos se ubica, se genera, el mundo sensorio. Se inserta el mundo espiritual externo. Lo que empero circunda estos sentidos y lo que pulula allá abajo en la corporeidad, no lo percibimos de manera inmediata. Del mismo modo como no percibimos de manera directa al mundo espiritual objetivo-externo, sino tan solo en la intrusión en nuestros sentidos, así tampoco percibimos aquello que allí pulula en nuestro cuerpo, sino tan solo el desplazamiento hacia arriba, hacia lo anímico. Se percibe por cierto, los efectos anímicos de estos sentidos interiores. No percibimos los procesos, que son los procesos vitales sino que percibimos del sentido de la vida aquello, que es el sentimiento del mismo, aquello que no percibimos cuando dormimos, lo que percibimos a modo de bienestar interior al estar despierto, al estar transpuesto de bienestar, que tan solo se trastorna cuando algo nos duele en nuestro interior. Allí se encuentra el sentido de la vida, que habitualmente irradia bienestar hacia arriba, de modo tal que acusa un trastorno, del mismo modo como se encuentra trastornado un sentido exterior, cuando por ejemplo tenemos problemas de audición. En su conjunto empero, en la persona que goza de salud, el sentido de la vida se manifiesta como bienestar. Ese estar compenetrado de bienestar, acentuado al cabo de una rica comida, algo disminuido al sentir hambre, ese sentimiento generalizado, es el efecto de sentido de la vida, irradiado al alma.
El sentido del movimiento, aquello que acontece en nuestro interior, al percibir a través del acorte y el alargue de nuestros músculos si caminamos o nos detenemos, si saltamos o bailamos, si estamos en movimiento, y de qué manera, todo esto irradiado hacia el alma, brinda ese sentimiento de libertad del ser humano que le permite sentirse como alma: la sensación de lo anímico, libre y propio. El hecho de que podamos sentirnos como alma en libertad es la radiación del sentido del movimiento, saliente y es la radiación entrante del acorte de los músculos y su alargue hacia su ente anímico, del mismo modo como el bienestar interior o el malestar es la radiación entrante de los resultados, de las experiencias del sentido del sentido de la vida hacia nuestro ente anímico.
Cuando el sentido del equilibrio envía su radiación hacia lo anímico, desprendemos ya notoriamente es ente anímico. Recordemos tan solo cuan poca atención prestamos al hecho de que estamos ubicados en equilibrio en el mundo ¿de qué manera estamos sintiendo las vivencias del equilibrio, irradiadas hacia nuestra alma? Lo percibimos a modo de serenidad, de calma interior, que promueve que cuando hago el recorrido desde allá hasta aquí, no dejo abandonado allá a aquel que se halla inmerso en mi cuerpo, lo llevo conmigo, y sigue siendo el mismo tranquilamente. Y aunque volase por el aire, seguiría siendo el mismo. Y es aquello que nos hace aparecer independiente del tiempo. Hoy tampoco me dejo atrás, sino que mañana sigo siendo el mismo. Esa independencia de la corporeidad, es la radiación del sentido del equilibrio hacia el alma. Se trata del sentir como espíritu.
Menos aun percibimos los procesos del sentido del tacto. Los proyectamos en su totalidad hacia afuera. En los cuerpos sentimos si son duros o son blandos, si son ásperos o lisos, si son sedosos o lanudos, las vivencias del sentido del tacto, las proyectamos plenamente hacia el espacio exterior. En realidad aquello que tenemos con el sentido del tacto, es una vivencia interior pero aquello que acontece allí, permanece en lo inconsciente. De ello solo una sombra está presente en las cualidades del sentido del tacto, que atribuimos a los cuerpos. Pero el órgano del sentido del tacto promueve que podamos sentir a los objetos sedosos o lanudos, duros o blandos ásperos o lisos. Esto también cobra radiancia que llega al alma, sucede empero que el hombre no nota al contexto de su vivencia anímica con aquello que el sentido del tacto externo está experimentando, por el hecho que las cosas se diferencian mucho – aquello que irradia hacia el interior y aquello se vivencia afuera. Aquello empero que irradia al interior, no es otra cosa, que el estar compenetrado con el sentimiento orientado hacia Dios. Si no tuviese el sentido del tacto, el hombre no tendría al sentimiento orientado hacia Dios. Aquello que en el sentido del tacto se manifiesta como aspereza y lisura, dureza o blandura, es lo que irradia hacia afuera, aquello que se plasma en la manifestación del alma, es el estar compenetrado con la sustancialidad general el mundo, el estar compenetrado con el ser como tal.
Constatamos al ser del mundo exterior de hecho por el sentido el tacto. Al contemplar algo en el espacio, aun no estamos convencidos de su existencia, tocándolo con el sentido del tacto, nos convencemos que existe. Aquello que compenetra todas las cosas, lo que hace su entrada también en nosotros, lo que nos sostiene y nos porta, esa sustancia de deidad, que todo lo transpone, llega a la conciencia, y con reflexión hacia el interior, es la vivencia del sentido del tacto.
El sentido del olfato: conocemos su radiación hacia afuera. Cuando el sentido del olfato empero irradia hacia adentro sus vivencias, entonces el ser humano ya no nota, como esas vivencias interiores concuerdan con las vivencias exteriores. Cuando la persona está oliendo algo, se trata de la radiación de su sentido del olfato hacia afuera, proyecta las imágenes haca afuera. Este efecto empero, se proyecta también hacia el interior. Sucede que la persona no lo toma en cuenta con tanta frecuencia como al efecto orientado hacia afuera. Hay personas a las cuales les agrada oler cosas de olor agradable, allí están observando la radiación del sentido del olfato hacia afuera. Pero también existen personas que se entregan a aquello que a modo del efecto del sentido del olfato hacia el interior, se apodera con intensidad tal al interior, que no tan solo como el sentimiento orientado hacia Dios compenetra al hombre, sino que se afirma de tal manera en el hombre que lo siente como mística unificación con Dios.
5. Sentido del olfato = mística unificación con Dios
4. Sentido del tacto =compenetración con el sentimiento orientado hacia Dios
3. Sentido del equilibrio = calma interior, sentirse como espíritu
2. Sentido del movimiento = sensación de lo anímico propio y libre
1. Sentido de la vida = bienestar
Vemos entonces que, al trasponer las cosas con la mirada, tal somo son en realidad en el mundo, tenemos que liberarnos de ciertos prejuicios sentimentales. Dado que varios de aquellos que pretenden ser místicos, tendrán sentimientos peculiares al enterarse de aquello que en realidad es esta vivencia mística, en relación con el mundo sensorio: es la vivencia del sentido del olfato, que irradia hacia el interior del alma.
No tenemos que asustarnos frente a estas cosas, dado que también a nuestras sensaciones también tan solo las plasmamos en el mundo exterior-convencional de las apariencias, en el maia ¿y cuando al sentido del olfato no de entrada lo consideramos como algo de lo más sublime, por qué deberíamos que conservar ese juicio-maia con respecto al sentido del olfato? ¿Qué nos impide considerar a este sentido del olfato en su aspecto superior, donde se convierte en el creador de las vivencias interiores del hombre? Sucede que los místicos a veces pueden ser terribles materialistas, condenan la materia, pretenden elevarse por encima de ella, denunciando su bajeza y se elevan sobre la materia, entregándose placenteramente, en su interior, a los efectos del sentido del olfato hacia el interior.
Quien con respecto a estas cosas, posee una fina sensibilidad y recepción, en el caso de místicos expresos del tipo simpático, como el de MECHTHILD VON MAGDEBRG o de la santa THERESE, o de JOHANNES VON KREUZ, al describir sus vivencias interiores – y personalidades tales, las describen muy expresivamente – podrá “oler” las cosas, a partir de la manera especial de las vivencias. La mística expresado por Meister ECKHAR o por JOHANNES TAULER, puede ser olida de igual manera y hasta de un modo más adecuado, en lugar de absorberla con voluptuosidad, a través de la sensibilidad anímica. Al tomar por ejemplo, la descripción de las vivencias místicas de la Santa Teresa, o de Mchthild von Mgdeburg, tenemos un olor dulzón en nuestro interior. Al entender las cosas de manera oculta. Al tomar la mística de Tauler o de Meister Eckhart, tenemos algo así como un olor a ruda, o un olor acre, pero no antipático.
En definitiva, lo peculiar, lo sorprendente con lo cual allí nos encontramos, consiste en el hecho de que cuando nos alejamos hacia afuera a través de lo sentidos, entramos a un mundo superior, a un mundo objetivamente espiritual. Al descender mediante la mística, a través del estar compenetrado con el sentimiento referido a Dios, a través de la calma interior por sentirnos espíritu, a través del sentirnos libres en lo anímico, a través del bien-estar interior: entonces entramos en corporeidad, en materialidad, tal como ya es he dicho. En ocasión de la vivencia interior, hablando del modo maia, llegamos a regiones cada vez más inferiores que aquellas que ya tenemos en la vida común. En el elevarse externo por encima de si miso a través de los sentidos llegamos a regiones superiores.
A partir de ello podemos ver asimismo, que es importante, que no nos entregamos a ilusiones con respecto a estas cosas, que sobre todo no nos entreguemos a la ilusión, creyendo, acceder a una espiritualidad especial, cuando mediante la mancomunión mística con lo divino entramos a nuestro interior. No es así. Allí tan solo entramos a las radiaciones de nuestra nariz, que conducen al interior. Y los místicos aquellos a los cuales más se aman, a través de las radiaciones de su nariz, que presenta continuidad interna…
No se trata empero del hecho de que mediante nuestros fenómenos místicos, espirituales-anímicos, descendemos hacia el interior de nuestro cuerpo sino que se trata de que mediante nuestros nuestros fenómenos materiales, mediante los fenómenos del mundo sensorio, penetremos al mundo espiritual, al mundo de las jerarquías, al mundo de las sustancialidades espirituales. Recién cuando el mundo tolere escuchar tonalidades de esta índole, recién cuando el mundo tolere, que acerca de él se hable de una manera muy diferente a aquella, implementada en los últimos cuatro siglos, recién cuando el mundo tolere, que formemos también nuestros juicios referidos a lo social, a partir de conceptos completamente transformados, llegaremos a impulsos que a su vez podrán conducir a un inicio.
Cuando empero insistimos permanecer en todo aquello que hemos adquirido, queriendo orientar a partir de allí nuestro quehacer social, navegaremos hacia la decadencia en medida cada vez mayor, entonces descenderemos a la decadencia de Occidente…